Era de prever. Ayer al terminar el libro, me hice un hartón de llorar imaginándome el mismo final para mi pobre gato enfermo. La consecuencia absurda fue que Federico aprovechó la coyuntura para largarme un megamordisco en el antebrazo, con lo cual acabé tirándole el libro por la cabeza al animalito por el cual había estado llorando desconsoladamente cinco minutos antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario