Esta mañana de camino al trabajo, he flipado con la cantidad de basura que he visto en la acera. No es que hoy sea el día especial de la basura, simplemente hoy he hecho recuento de la porquería: colillas, paquetes de tabaco, bolsas de plástico, ropa vieja, envoltorios de comida, botellas, papeles, bocadillos a medio comer, chicles, caca de perro, kleenex sucios, sin contar la indescriptible y habitual porquería que se acumula al lado de los containers y no precisamente por generación espontánea.
Inmediatamente, he recordado las aceras impolutas de las calles de Tokyo. Y luego me he puesto a pensar en las colas que hacen los japoneses, en el aeropuerto, en el supermercado, gestionadas eficazmente. Nunca he visto una cola desaparecer tan rápido como en un onsen de Tokyo: cuando llegamos, había por lo menos 100 personas en la cola, que fueron despachadas en menos de 10 minutos. O al llegar al aeoropuerto de Narita, la cola de inmigración, donde nos juntamos por lo menos los pasajeros de tres aviones, fue atendida en menos de lo que canta un gallo. Otro detalle: en el metro, a intervalos regulares, hay unas rallas en el suelo que indican dónde hacer la cola, es decir justo a la derecha de donde van a quedar las puertas, para permitir que salgan primero los que están dentro sin que se tropiecen los unos con los otros.
Cuando estás ahí y lo ves piensas, qué orden, qué disciplina, qué falta de espontaneidad, qué aburridos, qué borreguismo incluso. Pero aaaah, vemos ahora las imágenes en la tele de gente haciendo cola ordenadamente para aprovisionarse en los súpers, para comprar agua, o para llamar por teléfono, sin empujones, sin histerias, sin violencia, sin saqueos, y piensas, esto en el resto del mundo no pasaría jamás. Y aquí menos, muchísimo menos.
Y francamente serán borregos, pero cuándo pasan desgracias como el terremoto, ¿qué es mejor? ¿Eso o esto?
Por cierto, como tengo la mente puesta en Japón, ahora sí, chicas que no me leéis, me he decidido por fin a escribir nuestro estupendo viaje.
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