11 de febrero de 2010

A grandes fríos, grandes remedios

Por lo visto, esta noche no hace más de 4 grados. Para mi amiga S. que vive en Baltimore y que tiene la casa sepultada bajo la nieve, o para mi otra amiga S. que vive en Frankfurt y que ayer me contó que nunca ha visto un invierno tan frío, 4 grados debe de ser para morirse de risa. Pero eso es porque ellas tienen calefacción y yo no. Yo tengo una bomba de aire que hace más ruido que otra cosa, una estufa de aceite en la habitación que hace lo que puede, y otra estufa de dos resistencias de las cuales sólo funciona una.
Tengo las manos absolutamente congeladas, a pesar de la manta supuestamente térmica que me echo por encima. Federico intenta refugiarse debajo, pero no siempre nos ponemos de acuerdo y acaba saliendo de ahí muy ofendido para acercarse lo más posible a la estufa. Prefiere mil veces achicharrarse el pelo que seguir soportando el frío.






Federico con el pelo chamuscado


Eso o sentarse encima de mi zapatilla, que se está mucho más calentito, dónde va a parar.

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