Oído en la radio esta mañana: dicen que si unes el nombre de tu primera mascota al nombre de tu primera calle, te sale el nombre de estrella de cine porno que podrías ser.
En mi caso me tocaría Kiki de Crimée. Kiki era un ratoncito o más bien una rata que me regalaron un día que se me pusieron los ojos como dos limones del Caribe, y mi madre me fue a buscar al cole, y en vez de llevarme a casa, me llevó a laboratorio donde trabajaba. Aburrida como estaba, me puse a merodear por los pasillos hasta que di con la sala de los experimentos, y salí de ahí con un animalito entre las manos, diminuto, blanquísimo, con una colita rosa y los ojos rojos, más contenta que un cascabel a pesar de mi notable desfiguración óptica. Fue la primera y casi única mascota que tuvimos en casa, exceptuando a un gato que duró dos días porque mi madre se opuso a que se quedara cual partisano resistente, y cuatro peces que se iban muriendo periódicamente y que fuimos reponiendo hasta que nos cansamos de ir a la pescadería (léase tienda de peces).
Muchos años después adopté a Federico, y muchos años después aquí lo tengo, a mi lado, durmiendo cada noche en mi cama, en los centímetros cuadrados que ocupa sí o sí mientras duermo. Federico va por su vida número doce, ya pasó hace tiempo las siete que le pertocan por ley. En esta vida actual, un día come mucho y al día siguiente ni se acerca a su comedero. O no vomita durante semanas y luego de repente se tira dos días echando todo lo que come. O bien deja de beber agua durante una semana y decide volver al vicio cuando ya estoy por llevarlo al hospital a insuflarle suero. Creo que es esquizofrénico o como mínimo ciclotímico. Eso explicaría los saltos de tigretón que todavía es capaz de dar entre la rejas de la terraza, sin pestañear, sin rozar ni un solo barrote y sin estamparse. A veces me gustaría grabarlo y observar ese salto perfecto a cámara lenta, pero me es imposible calcular en qué estado está, si vegetando encima de mi cama o bien en modo sirocco. Mientras tanto, me limito a cuidarlo lo mejor que puedo.
Para este verano, la cuidagatos apalabrada es una profesora jubilada de Nueva Zelanda que vivió aquí hace 30 años y que se muere de ganas de volver. Le he enviado el contrato que como siempre ilustro con una foto del elemento.
La última cuidagatos me comentó que cuando vio el contrato con esta foto, se pensó que estaba tratando con una loca, que ponía la foto del gato para que no hubiera posibilidad de que me lo cambiara por otro, o algo así. A mi no me parece tan estraño y más bien la loca me pareció ella, pero cuando una se mete en estos berenjenales, puede pasar de todo.
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